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Las cruzadas hacia Egipto


A principios del siglo XIII, la cruzada hacia los Lugares Santos sigue siendo una preocupación importante del papado y de los poderes occidentales, pero el objetivo cambió. Egipto, más que el litoral sirio, emerge como la llave de Oriente Próximo.

Egipto, rica y fértil, estaba menos fortificada que Siria y los occidentales pensaban que bastaba con apoderarse de algunas plazas fuertes en el Nilo para poder tomar El Cairo.

Iniciada en la primavera de 1213, la quinta cruzada reunió a varios miles de combatientes venidos esencialmente de Austria y de Hungría. Después de algunas maniobras infructuosas en Palestina, en 1217, con el refuerzo de los nobles latinos de Oriente, los cruzados se dirigieron hacia Egipto.

El 29 de mayo de 1218, el ejército cruzado plantó asedio a Damieta, considerada como el cerrojo del delta del Nilo. La ciudad logró resistir y tan solo fue tomada el 12 de noviembre de 1219.

Juan de Brienne, rey de Jerusalén, prefirió negociar con el sultán para poder cambiar Damieta contra Jerusalén. Pero Pelagio, el legado papal, decidió continuar con la conquista. Dos años más tarde, su intento de tomar El Cairo fue un fracaso total. Los cruzados, vencidos, se ven obligados a renunciar a Damieta y a batirse en retirada.

En 1228, el emperador Federico II dirige la sexta cruzada. Federico, rey titular de Jerusalén, dejó rápidamente de lado a la nobleza de Oriente y prefirió negociar con Al-Kamil, el sultán ayubí. Los dos hombres firmaron el tratado de Jafa, que permitió a los latinos recuperar Jerusalén.

Pero la ciudad de Jerusalén, que ya no tenía más murallas, fue reconquistada por los musulmanes en 1244.

El rey de Francia, Luis IX —futuro San Luis—, tomó la cabeza de la séptima cruzada con el proyecto de atacar nuevamente Egipto para poder luego cambiar una ciudad egipcia contra Jerusalén.

El ejército francés partió de Aigues-Mortes, puerto especialmente construido para esa ocasión, en agosto de 1248; pasó el invierno en Chipre y luego desembarcó, en junio de 1249, frente a Damieta. La ciudad, abandonada por sus habitantes, fue inmediatamente invadida. El sultán propuso entonces cambiar Damieta por Jerusalén, Ascalón y Tiberíades. Influenciado principalmente por su joven hermano Roberto de Artois, Luis IX se negó y decidió marchar hacia El Cairo.

Pero los cruzados perdieron la batalla de Mansura. El 6 de abril de 1250, Luis IX, acosado por las tropas musulmanas y las epidemias que golpean a su ejército, se vio obligado a rendirse. Luego, tuvo que pagar un rescate muy alto y devolver Damieta para obtener de los mamelucos, quienes acababan de suplantar a los ayubíes en El Cairo, la liberación de los prisioneros.

Para relegar al olvido su fracaso, el rey de Francia decide implicarse en la defensa de la Tierra Santa. Durante cuatro años, se instaló en Acre y lanzó un ambicioso programa de fortificación de las plazas fuertes del reino: Acre,  Cesarea, Sidón, Jafa… El rey también intentó negociar con los distintos poderes de Oriente Próximo: los ayubíes de Damasco, los mamelucos de El Cairo y hasta con los mongoles, cuyo avance era una amenaza para el mundo musulmán.

En 1254, Luis IX vuelve a Francia: su cruzada no logró ninguna reconquista territorial, pero dejó los Estados latinos consolidados y reforzados, con lo que ganó una inmensa popularidad a partir de ese momento.