Después de la conquista española, se procedió a organizar Hispanoamérica en virreinatos. El Virreinato de Nueva España, cuya capital era México, abarcaba América central y del Norte; y el Virreinato de Perú, con capital en Lima, se extendía por una gran parte de Sudamérica. Como en otras zonas del Imperio español, en América también existieron territorios casi autónomos, como Cuba, Puerto Rico, República Dominicana y Venezuela.
En el siglo XVIII, la nueva dinastía borbónica emprendió una serie de reformas para mejorar la explotación del territorio. Se crearon el Virreinato de Nueva Granada en 1717, formado por los actuales Panamá, Colombia, Ecuador y Venezuela, con capital en Santa Fe de Bogotá; y el Virreinato del Río de la Plata, en 1776, con capital en Buenos Aires.
El “despotismo ilustrado” de Carlos III reforzó el monopolio comercial español, aumentó el peso de los impuestos y limitó el acceso de los americanos a los puestos administrativos, lo que provocó el descontento de los criollos.
En 1767, los jesuitas fueron expulsados de los dominios de la Corona, pero continuaron oponiéndose al régimen absolutista desde el exilio. Además, las ideas liberales de la Ilustración se difundían en América y reforzaban el deseo de estructuras más democráticas.
Ante estas tensiones coloniales, se iniciaron rebeliones de indígenas, esclavos y campesinos mestizos o mulatos, que representaban el 85% de la población. En 1780, una inmensa sublevación indígena se extendió por ciertas zonas del Perú, Bolivia y el norte de Argentina. José Gabriel Condorcanqui, el líder de esta rebelión, que reunió un ejército de 60 000 indígenas, se proclamó el nuevo monarca inca con el título de Túpac Amaru II. La represión española fue implacable y cruel.
En 1791, en la francesa Haití, una rebelión de esclavos culminó, después de una violenta lucha, en la independencia de la isla, incluyendo la parte española. Estos motines y rebeliones provocaron en la sociedad criolla un sentimiento de conciencia de su papel en la historia y la necesidad de que su ansiada libertad no acabase con sus privilegios, como había sucedido en Haití.
La independencia de los Estados Unidos y la Revolución francesa fueron un modelo para Hispanoamérica. Los valores liberales y federales que impulsaron la independencia de Estados Unidos y el triunfo de los principios ilustrados en Francia inspiraron la formación de los líderes de los movimientos de independencia. Tal es el caso de Francisco de Miranda, héroe de la independencia de Venezuela que había participado en la Guerra de Independencia americana y en la Revolución francesa.