El oro y la plata del Nuevo Mundo

Uno de los motores de la conquista del Nuevo Mundo  fue la sed de oro y metales preciosos.

Desde su llegada a las Antillas y luego al continente americano, los conquistadores españoles saquean el oro acumulado por los indígenas – principalmente joyas y objetos de culto –. El descomunal rescate en oro y plata, pagado en vano por los Incas a Pizarro para la liberación del emperador Atahualpa, así como el saqueo de Cuzco, simbolizan esta economía  de rapiña. 

Pero el saqueo no podía durar mucho tiempo, y progresivamente se descubren y explotan los yacimientos mineros que permiten sostener la exportación de metales preciosos hacia Sevilla.

Los yacimientos auríferos se sitúan principalmente en el occidente de la Nueva Granada, la actual Colombia. La extracción de oro en los ríos, mediante lavados sucesivos, requiere de los esclavos negros trasladados por barcos portugueses hasta Cartagena.

A lo largo del siglo XVI, también se descubrieron yacimientos de plata y, a partir de 1530, el valor de la plata extraída del Nuevo Mundo excede el del oro.

Las principales minas de plata se encuentran en el México actual y en los Andes.

La mayor de ellas, descubierta en 1545, es la mina de Potosí. Durante más de un siglo se extrajeron, anualmente, más de 100 toneladas de plata de la mina de Cerro Rico, y Potosí se vuelve durante algún tiempo la ciudad más poblada del Nuevo Mundo.

La explotación de la plata en los Andes se vio facilitada por el descubrimiento de la mina de mercurio de Huancavelica. Este metal es utilizado para separar la ganga del mineral de plata, gracias a la técnica de la amalgama.

Es a finales del siglo XVI que llegaron a Sevilla las mayores cantidades de plata de América.  Éstas declinaron considerablemente durante las décadas siguientes.

Esta baja se debe a la pérdida progresiva del monopolio comercial que España mantiene con el Nuevo Mundo. Sin embargo, la extracción en sí sigue siendo importante a lo largo del siglo XVII.